17 julio 2025

Peces áridos

 


Soñé un desierto sin memoria. Bajo un sol que no calentaba, la arena era polvo de luna vieja. Y allí, en la llanura sin horizonte, un remolino giraba. No era furia, sino danza: espiral pálida que bebía la luz y escupía sombras.

Dentro del torbellino, los peces. Algo plateados como cuchillos olvidados y algo dorados, nadaban sin agua, sin humedad, sin reflejos.

Sus escamas rompían el aire espeso, trazando arcos de sed imposible. Branquias abiertas como heridas secas. No agonizaban; volaban. El remolino era su océano vertical, su río suspendido sobre el hambre de la tierra.

Yo observaba desde la orilla de ninguna parte. El sonido era un zumbido de alas de sal, el aire olía a tiempo encapsulado. La pecera rota en un mundo sin agua.  

¿Eran ellos prisioneros o guardianes? ¿Nadaban hacia el centro del misterio o huían de la periferia del vacío?

Desperté con la boca llena de arena fría, y supe que algún lugar en mí sigue siendo un desierto  donde los peces vuelan.

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